martes, 30 de junio de 2009

Nudo sin desenlace

7 curiosos ¿Te atreves a opinar?
La cama está vacía. Las sábanas, arrugadas, desprenden olor a sudor. La ventana que da al patio está abierta y el olor a suavizante proveniente de los tendederos de fuera trasmite frescura. Todo parece normal hasta que, en un extremo de la sábana hay un nudo. Alrededor no hay muchos muebles. El armario, entreabierto, deja ver dos camisas y dos faldas.


A Antonia no le hace falta mucha ropa. Tiene un conjunto de verano, otro de invierno y otro que usa para las visitas. Hoy lleva puesto el de las visitas. Lleva dos meses esperando este momento. Su hijo, su único hijo, viene a verle. Le avisó la semana pasada, cuando le llamó por teléfono.

La pasada noche hizo un nudo en la sábana. No se quería olvidar de ponerse guapa. No quiere que para Alberto pase el tiempo, ese tiempo que, de visita en visita, para ella pasa tan lento. Son las nueve de la mañana. Ya han abierto la puerta de las visitas y su hijo debe de estar al llegar.

Se sienta impaciente en la recepción. Le gusta estar preparada y no hacer esperar a su hijo. No quiere perder el valioso tiempo que pasa con él. Hoy es domingo y muchas familias vienen a buscar a sus padres para comer con ellos. Antonia no cree en los domingos ni en las rutinas.

Ya ha pasado más de una hora y Alberto no ha llegado. Le pregunta a Isabel, la chica de recepción, si hay algún recado para ella. La recepcionista niega con la cabeza y, fiel a su estilo, le dice seriamente que será por el atasco. Antonia se convence. Ese debe de ser el motivo.

Pero llega la hora de comer y su hijo no ha llegado todavía. Intenta llamarle a casa, pero no contestan. Se sienta en la sala esperando a que le avisen. Ojea una revista mientras un grupo de señoras juegan alegremente a las cartas y otras pasan las horas viendo la televisión.

Vuelve a la recepción. No hay recado. Antonia se resigna. Se ha debido de equivocar de día. Seguro que es mañana, piensa. Pasa el resto del día intranquila. Antes de irse a la cama, se vuelve a pasar por recepción, pero nada. Vuelve a hacer el nudo que le ha deshecho la señora de la limpieza al hacer la habitación.

Los días pasan y Alberto no ha ido a verla. Desde entonces, Antonia se pone su traje de las visitas. No hay día que se lo quite. No quiere que su hijo le pille desprevenida. Después de dos años, la anciana sigue despertándose con ilusión. Desde entonces, todas las mañanas mira la sábana. El nudo sigue ahí. Su hijo puede que venga hoy. No quiere tirar la toalla.

Para ElCuentaCuentos

Querer y perder

0 curiosos ¿Te atreves a opinar?
Abre los ojos. Tiene la sensación de haber soñado con el mar, pero lo que ella no sabe es que está completamente mojada por el contacto de las olas de la playa Barceloneta con su cuerpo.

No entiende por qué está allí. Pocas cosas recuerda del día anterior, pero tampoco es nada raro en ella, ya que su memoria le fallaba. Lo tiene asumido. Gajes de la edad. Está completamente empapada. Intenta levantarse pero su cabeza le explota y la ropa le impide andar. En la mano tiene la correa de Brutus, uno de sus perros, pero no hay signos de él. Solo unas huellas de sus pezuñas clavadas en la arena.

Su mirada busca por toda la playa intentando seguir las huellas de ese ser que le ha acompañado durante tanto tiempo y con el que ha compartido tantas vivencias. Brutus no suele separar de ella. No lo había hecho hasta hoy. Camina lentamente hasta el final. Puede que el perro esté jugando en el paseo marítimo con algún otro que vague por allí.

El sol le deslumbra e intenta fijar la vista, intentando hacer sombra con la mano puesta en la frente. No hay ni rastro de él. Echa la vista a la playa de nuevo y, de repente, se encuentra con que sus pasos vienen acompañados con un reguero de sangre. Alarmada, se sienta en el banco para averiguar, disimuladamente, de donde proviene la hemorragia. Temerosa que de sus presentimientos sean ciertos, se acerca a ‘El Rey de la Gamba Fresca’. Manolo, el dueño, conoce a Rosa de toda la vida.

Entra en los aseos. Las manos le tiemblan y le cuesta despojarse de la falda. La ropa interior la tiene completamente ensangrentada. Por su edad, cualquiera podría pensar que se trata de la menopausia, pero Rosa a sus 54 años no ha pasado por eso. Al contrario, estaba embarazada de cinco meses.

Su vida no le ha dado muchas alegrías. No tiene una casa en la que cobijarse. Su único resguardo es el apartamento de un ‘amigo’ suyo que se lo cede a cambio de sexo. Y de eso vive. Hace favores sexuales a cambio de tener un sitio donde dormir y de un poco de dinero para comida. Pero ese hijo no era de él.

Ahmed, de 30 años, conoció a Rosa en Las Ramblas. Él se acercó a ella con el único propósito de acariciar a sus perros. Ella, necesitada, le ofreció relaciones a cambio de cuidar a sus perros durante un par de días y él aceptó. Lo que nunca iba a imaginar es que eso le fuera a condicionar para toda la vida.

Rosa ya estaba acostumbrada a esas desventuras. De hecho, sabía sacarles un gran beneficio. Este iba a ser su décimo tercer hijo. De los demás no sabe nada. Conforme iban naciendo, los iba depositando en una fundación a cambio de ropa limpia, comida y dinero. Así había vivido hasta ahora. Gracias a sus hijos.

Pero parece ser que la edad le ha pasado factura. Le cuenta a Manolo la situación en la que se encuentra y éste, sin pensárselo dos veces, llama a un médico de urgencias. Veinte minutos después, la sirena de la ambulancia inunda la calle. Los curiosos que pasean por la zona se acercan para ver qué ha pasado.

Colocan a Rosa en una camilla y la sacan del restaurante. Los auxiliares, después de varios intentos, consiguen meterla en la ambulancia. Ha perdido mucha sangre. Se oye un ruido extraño. Uno de los voluntarios mira asombrado a la puerta trasera del vehículo. Era Brutus. No la había abandonado. Por motivos de higiene, dejan al perro al cuidado de Manolo, que no pone ninguna pega. Conforme se iban alejando, el perro se iba poniendo más nervioso hasta que salta de sus brazos y ansioso se pone a correr detrás de su dueña.

Los efectivos sanitarios no pierden de vista a la paciente. Le han parado la hemorragia y le han puesto suero. Nadie lo sabía pero Rosa llevaba varios días sin probar bocado. La inanición le había dejado sin fuerzas. Ese es uno de los motivos por los cuales se ha desmayado en la playa.

Vuelve a perder el conocimiento. Los médicos le realizan varias pruebas y análisis. La vida del bebé corre peligro. La sala de espera está vacía, igual que la vida de Rosa. Brutus es el único fiel en su vida, que espera en la puerta del hospital. Ha perdido al niño.

Ya no tiene edad para estar embarazada, y mucho menos en su estado de indigencia. Ya no puede vivir un par de años con lo que le hubieran dado en la ‘Fundación’. Sus planes se han quebrado. Al recibir la noticia, Rosa únicamente siente frustración porque para ella ese bebé no era más que un objetivo, un negocio.

Un poco más demacrada, si cabe, sale del hospital. Su amigo más fiel mueve intensamente la cola y se abalanza sobre ella. La mirada de Rosa se llena de lágrimas por primera vez en muchos años. Su vida le había hecho tan dura que ya no recordaba lo que significaba el dolor.

Cuando regresa a la playa de la Barceloneta se dirige inmediatamente a una tienda de animales. Esta vez sí que estaba sola. Nadie le pudo parar los pies. El dueño, Darío, llevaba mucho tiempo ofreciéndole dinero por Brutus y a ella no le quedaba otra opción. Tenía que sobrevivir.

Seiscientos euros bajo el brazo. Ese ha sido el negocio. Pero la pena puede con Rosa. Paga la pensión de tres días y se mete en la cama. Rosa no tiene hambre, no tiene ganas de ver a nadie. Al día siguiente, cuando despertó, bajó corriendo a la tienda. Darío le dice que había vendido a Brutus.

Puede que se hubiera podido cruzar con él en cualquier momento. Puede que Brutus ahora fuera más feliz que con Rosa. Puede que Rosa lo hubiera superado y se hubiera olvidado de él.

Dos semanas más tarde, Rosa aparece en un banco. Nunca más abrió los ojos. Nunca nadie la echo de menos. Lo que nadie sabía era que Rosa sí tenía sentimientos. La pena pudo con ella. Vagó por las calles imaginando a Brutus en cada perro que veía. En ese momento comprendió lo que era querer y lo que significaba perder.

jueves, 18 de junio de 2009

Escrito en la mano (3ª parte)

4 curiosos ¿Te atreves a opinar?
Todavía eran las cuatro y media de la mañana. Tenían mucha noche por delante, pero no tenían ideas. El teléfono de Noelia estaba apagado, cosa que es bastante normal puesto que dentro de la discoteca hay muchos sitios sin cobertura. Intentaron contactar con ella unas cuantas veces más hasta que se dieron por vencidas.

Como parecía que el ambiente estaba mucho más animado en la primera planta, decidieron quedarse allí. Había una humedad intensa, provocada por la cantidad de gente agolpada en un mismo sitio y el calor que hacía. De repente, Elena saluda con efusividad a lo lejos. Tanto Eva como Lucía creyeron que, por fin, habían encontrado a Noelia. Giraron la cabeza en busca de la persona que devolviera el saludo, pero no era ella.

Un chico rubio, alto y con una sonrisa perfecta se dirigía hacia ellas. Detrás de él, dos amigos suyos seguían sus pasos. Por la forma en la que se saludaron, parecía que se tenían mucho cariño, pero que hacía mucho tiempo que no se veían. Después del abrazo, llegaron las presentaciones. Carlos, el amigo de Elena parecía interesado en conocer a Lucía y se colocó estratégicamente al lado suyo para intentar tener una conversación.

Los dos grupos, al cabo de diez minutos se dividieron de tal forma que quedaron tres parejas. Cada uno absorto en su conversación. Elena estaba con Daniel, compañero de piso de Carlos, además de amigo. Lucia seguía ensimismada hablando con Carlos, y Eva con Antonio.

Después de unos cuantos bailes, miradas intensas y carcajadas, decidieron acabar la noche en casa de Carlos y sus amigos. Los seis salieron por la puerta. Parecía que ninguna de ellas se acordaba ya de Noelia. Todos estaban preocupadas por llegar a un sitio más tranquilo.

De camino a casa, pasaron por un paseo lleno de puestos ambulantes. Collares, pintores con inspiración nocturna, caricaturistas, bolsos de imitación, música ilegal y alguna que otra vidente. Ellos paseaban despreocupados sin el menor interés en todo lo que les ofrecían. Ellas, rezagadas por detrás, se paraban a ver todo lo que les llamaba la atención.

De repente, una voz dijo:

- Lucía significa persona iluminada, que desprende luz. Tienes una vida por delante llena de alegrías, aunque ahora la veas un poco borrosa.

Lucía se paró en seco. Su mirada, instintivamente se dirigió hacia el interior del puesto que tenía a su derecha. Su cara se iluminó por las velas encendidas del tenderete, entremezcladas con cartas del tarot y talismanes. Un fuerte olor a incienso les llegó de golpe. Allí, sentada en un rincón, casi inapreciable, estaba una señora. Tez morena, pelo enmarañado y ropa llena de jirones y remiendos. Ese era su único modo de supervivencia: leer el futuro.

Daba la impresión de que las cartas no le servían de mucho. Con solo una mirada era capaz de adivinar el nombre de una persona. Las chicas, sorprendidas, se acercaron al unísono al puestecillo de esa debilucha mujer. Lucía, sin pensárselo dos veces le preguntó:

- ¿A quién te has dirigido? – creyendo que lo había dicho al azar, puesto que no es un nombre poco común.

La mujer sonrió, dejando entrever una dentadura poco cuidada donde se podían distinguir algunos huecos vacíos y dientes de oro. Sin más preámbulos dijo:

- ¿Acaso tú no te llamas Lucía? Lo veo en tus ojos y la mirada no engaña nunca. – le dijo fijando su mirada en la de Lucía, a la vez que entrecerraba los ojos.
- ¿Me estás queriendo decir que con solo mirarme has sabido mi nombre? Y mis amigas, ¿cómo se llaman? - le dijo Lucía recelosa, a la vez que apartaba su mirada, evitando que intentara indagar más sobre su vida.
- Te puedo asegurar que, aunque no sepa sus nombres, puedo averiguar mucho de ellas. – dijo mirándolas de reojo.

Los tres chicos aparecieron de repente. Las chicas ya se habían olvidado que les estaban esperando. Sus caras estaban completamente desencajadas. Elena se pensó que era porque les parecía ridículo verlas interesadas en ese tipo de cosas. Sin pensárselo dos veces, les dijo que, si preferían, que se fueran adelantando, que enseguida iban.

Carlos cogió a Elena por el brazo y la llevó al otro lado de la acera, mientras Lucía y Eva seguían intentando averiguar cuánto de verdad había en esa vidente. Mientras, Antonio y Daniel no perdían detalle de la conversación.

- ¿Qué pasa? ¡No me asustes! Ni que fuera tan raro… Solo es una persona que vive de eso, ver el futuro de las personas, no sin antes crearles intriga para que paguen por ello. - dijo Elena extrañada.
- Esto no es ninguna tontería, Elena. – dijo Carlos completamente serio- Esta vidente es de verdad. Yo no me había fijado en ella porque íbamos distraídos, pero, cuando me he girado a ver dónde estábais y la he visto, no me lo podía creer.
- ¿La conoces? – le quitándole la mano de su brazo.
- Predijo el futuro de mi madre. No falló en nada.

Elena, asombrada, echó un paso hacia atrás. Los dos se quedaron callados, mirándose. Un silencio que hablaba susurrando. Una historia de fondo que solo ellos sabían. Igualmente, Elena, sin decir nada, cruzó la calle y fue corriendo a detener a sus amigas, pero ya era tarde.

Eva ya había caído en sus redes. Detrás del biombo se diferenciaban sus sombras. A Elena se le pusieron los pelos de punta. Esa mujer no tiene reparo en decirte todo lo que te espera en la vida, sea bueno o malo. Lucía estaba sacando la cartera. Tenía la misma intención que su amiga: salir de ahí sabiendo lo que les va a suceder dentro de unos años.

La mano de Elena se abalanzó sobre el monedero de Lucía intentando pararla, pero una parte de ella tenía curiosidad por lo que le pudiera decir esa mujer. Lucía se quedó extasiada, pero en ese mismo instante, sale Eva. Su cara no delataba tristeza, no parecía haber recibido malas noticias.

Sin pensárselo, Lucía se adentró. Eva miró a Elena con curiosidad y le dijo que luego era su turno, que le habían dicho a la vidente que iban a pasar las tres. Para Elena esa era la excusa perfecta. Entonces, miró a Carlos intentando buscar en él un apoyo.

- Haz lo que quieras –le dijo- Yo ya te lo he advertido.

Elena se quedó pensativa. No sabía qué hacer, pero lo tenía que decidir antes de que Lucía saliera de entre el biombo. Los chicos y Eva le miraban intrigados, intentando adivinar qué pasaba por su cabeza. De repente, ese momento de incertidumbre lo rompió el sonido de un móvil.

Eva lo identificó inmediatamente. Era el móvil de Noelia. El sonido provenía de un sitio cercano. Abrió su bolso y lo encontró. Se quedó atónita. No recuerda el momento en el que Noelia se lo pudo haber dado. Lo cogió y miró quién llamaba. Era Pedro, su novio desde hace varios años.

Elena le quitó el móvil de las manos, ansiosa, y contestó. Le intentó explicar a Pedro que había desaparecido y que no sabía cómo había llegado el teléfono hasta ahí. Mientras conversaba con él Lucía salió de la ‘sala’. Tenía cara de pocos amigos. Elena intentó cortar la conversación telefónica en seco restándole importancia.

En cuanto terminó de hablar, fue a donde Lucía, pero prefirió no indagar. Únicamente le preguntó que qué tal estaba, a lo que ella le respondió:

- Es tu turno, te está esperando.

Nada más entrar, hubo algo que le dio malas vibraciones. No sabía porqué, tenía una angustia en el cuerpo de la que no se podía desprender. Había muchas cosas en su cabeza. Por un lado, estaba Noelia y por otro, la cara de Lucía.

Se sentó. La mujer borró todo atisbo de felicidad. Su cara era tan seria que en ese ambiente taciturno y silencioso daba miedo. Extendió su mano. Eva le tendió la suya. La mujer no movió ninguna facción de su rostro. Estaba absorta en las líneas de su mano. Sus pupilas iban con rapidez de un lado a otro de la palma intentando averiguar.

Si Elena ya estaba angustiada, ahora lo estaba aún más. Notaba cómo el sudor de sus manos hacía el contacto con las manos de la vidente fuera escurridizo. La mujer alzó la vista sin cambiar la inclinación de la cabeza. Las sombras se habían clavado en sus párpados.

El corazón de Elena latía a mil por hora. Presentía que no le iba a dar buenas noticias y no sabía si quería oírlas.

- ¿Quieres que te diga solo lo bueno o también lo malo?- le dijo directamente.

Ya está. Había algo malo. Estaba claro, pero ¿qué era mejor, escucharlo o saber que algo malo te va a ocurrir sin saber qué? Elena lo tuvo totalmente claro, o eso creía. Tenía 20 años y se consideraba una persona bastante despistada. 'Seguro que en un tiempo ya ni me acuerdo de lo que me ha dicho', se autoconvenció.

- Por supuesto. Ya que he entrado, me quiero enterar de todo- le dijo con voz temblorosa.
- Vas a tener una vida agradable. Encontrarás el amor de tu vida en un hospital. A los 30 años, un accidente de trabajo te va a dejar en silla de ruedas pero te repito: compartirás el resto de tu vida con esa persona. Serás feliz. - concluyó.

Los ojos de Elena se inundaron de repente. Estaba temblando y la mano ya no la sentía. No se atrevía a levantarse, pero tenía que hacerlo. No quería escuchar más. No quería volver a la realidad. No quería que nada le preguntara. Deseaba no haber entrado nunca. Quiso ir atrás en el tiempo; no haber salido esa noche de la residencia. Juró no contárselo a nadie e intentar olvidarlo.

Es lo que tiene la vocación. La curiosidad mató al gato y a Elena le condicionó para siempre.

(Esta historia es el comienzo de una serie de aventuras que Elena y sus amigas irán recorriendo a lo largo de su vida. ¿Podrá Elena cambiar su destino? ¿Qué le dijo la vidente a Lucía? ¿Y Noelia?... ¿Qué ha sido de ella?)

lunes, 8 de junio de 2009

Escrito en la mano (2ª parte)

3 curiosos ¿Te atreves a opinar?

Son las nueve y media de la noche y todo va según lo previsto. La cena no ha estado del todo mal. La compañía siempre se agradece, sobre todo cuando son sus tres vecinas, puerta con puerta, de habitación. Cuando terminan con el postre, el pelotón de residentes se amontona en el puerta de salida esperando que les den permiso para subir a sus habitaciones y continuar con el pase de modelos que ha empezado antes de ir al comedor.

Hay risas, alboroto. Puertas que se cierran de golpe. Nudillos que golpean con ansia las puertas, curiosas por saber lo que pasa dentro. Se oye de vez en cuando el altavoz que anuncia a alguna afortunada que tiene una llamada al otro lado de la línea. Elena, María y Nerea se sumergen en un habitáculo de 10 metros cuadrados, donde caben con dificultad un baño, una cama, un armario y un escritorio.

Toda la estancia está decorada con detalles juveniles, llamativos. Hay un poco de desorden y la cama está llena de ropa. Vestidos, faldas y camisetas que han sido una opción pero que por el modo en que están tiradas encima de la colcha, no van a ser los elegidos para vestir el cuerpo de Elena.

Un cenicero lleno de colillas y una acumulación de humo que deja ver a tres amigas nerviosas que no paran de fumar mientras una de ellas consigue dar con el modelo adecuado. Un vestido ceñido que va hasta la mitad de la pierna, por encima de la rodilla, negro, con escote y sin mangas. Ya está decidido. Ahora tocan los zapatos.

El armario, de pequeñas dimensiones, muestra una pila de zapatos, unos encima de otros, cada par de su color. Los rojos han llegado a convencer al trío. Cuando ya está todo listo, Elena se sienta erguida en la silla que compone el minúsculo escritorio y María comienza a maquillarla con cuidado.

Se despiden con furor, intercambiando miradas de complicidad como quien guarda un secreto, mientras salen de la habitación. El pasillo está lleno de puertas entreabiertas desde donde se escapa una extraña, pero habitual, mezcla de perfumes. Todo está listo para que muchas de las estudiantes pasen una noche de jueves por las calles de Madrid.

Elena coge su llave, colgada permanentemente por fuera, para anunciar que toda la que quiera, la puede encontrar ahí. Baja las escaleras de dos en dos. Deja su llave en el cestillo de recepción y cruza la puerta de la residencia dejando atrás una sala llena de chicas viendo el mismo canal de televisión.

Autobús y metro de nuevo. A la salida del subterráneo se ve el parque Almansa lleno de gente. Jóvenes que ocupan todos y cada uno de los bancos, haciendo grupos en ellos, rodeados de botellas y refrescos. De vez en cuando, sus cabezas miran hacia los lados asegurándose de que la policía no venga a aguarles la fiesta.

Elena busca entre el gentío a sus amigas. Intenta diferenciarlas y ver en qué banco están esta noche. En su paseo por el parque, ya hay restos de botellas y envases de cartón. En la otra punta, distingue a Eva, por su pelo largo y moreno, con un rizo abundante. El coche de Lucía está aparcado justo detrás del banco, lo que les viene bien para poner música ambiente e ir cogiendo fuerzas para la noche. El coche, toda una ventaja. El maletero contiene una nevera que les permite tener la bebida fresquita.

El móvil de Ana suena de repente. Noelia, una de las más sociables de la clase, le ofrece entrar en una de las discotecas más famosas de la capital… ¡y gratis! Se miraron todas y no dudaron en guardar las bebidas en el coche y salir disparadas hacia allí. No había tiempo que perder.

La cola para entrar va dos manzanas más allá. En la puerta, dos tipos de seguridad, altos y fuertes como armarios. Sus brazos cruzados denotan esa actitud de pocos amigos que suelen tener todos. Cuando se disponen a subir las escaleras, uno de ellos les cierra el paso y les pide que se pongan al final de la cola, como toda la gente. Después de varios intentos para explicarles que estaban invitadas, aparece Noelia por la puerta principal. Las cuatro chicas ven el cielo abierto. Noelia se dirige a sus dos compañeros de seguridad, quienes no tardan en abrirles el paso.

Allí dentro no cabía ni un alma más. No se podía dar un paso, cuanto menos bailar al son de la música. Elena y sus amigas intentan seguir a Noe si perderla de vista, puesto que era muy fácil perderse en aquella discoteca, y tal y como estaban las cosas, te podías pasar el resto de la noche intentando encontrarlas.

Subieron a la sexta planta. Allí parecía que la cosa estaba un poco más calmada, incluso se podían oír sonidos ajenos a la música y los gritos de la gente intentando comunicarse. Había otro detalle que marcaba la diferencia entre esa planta y las demás. El humo apenas se percibía. Elena y Lucía enseguida se dieron cuenta. Estaban en un reservado rodeadas de gente que parecía importante. El subidón de adrenalina fue inmediato. Parecía que la noche iba por buen camino.

Instantáneamente, un camarero les vino a preguntar si querían beber algo, que había barra libre. Se dieron la vuelta buscando la cara de Noelia para mostrarle su agradecimiento, pero ya se había esfumado. No obstante, no lo dudaron ni un momento. Las cuatro se pidieron su bebida favorita. Copa en mano, comenzaron a investigar cada recoveco de la sala, intentando diferenciar a algún famoso del que poder presumir al día siguiente. Puede que fuera el efecto de la luz tenue, pero ninguna supo identificar a nadie reconocido.

Después de un par de horas de fiesta, Ainara comenzó a quejarse. La bebida le estaba sentando mal al estómago y se quería ir a casa. Elena, Lucía y Eva la acompañaron hasta el taxi. Elena sabía perfectamente que iba a ser una noche muy larga. Hasta el momento no había estado mal, pero ella no podía regresar a la residencia hasta las ocho de la mañana, porque ya no llegaba a la apertura de las tres.

Una condición indispensable para que los residentes pudieran pasar la noche del sábado fuera, era tener una autorización paternal en la que se especificara la hora de llegada. La residencia abría sus puertas a las tres en punto de la mañana, ni un minuto más ni menos. Si no llegabas a tiempo para entrar a esa hora, no había posibilidad poder acceder hasta las ocho.

Eva parecía estar cansada del ambiente que había en el reservado. Le resultaba un tanto aburrido. Decidieron ir en busca de Noelia. No la habían vuelto a ver en toda la noche. Fueron planta por planta, pero aquello estaba imposible. Parecía que medio Madrid estaba allí dentro. A Lucía se le ocurrió que podían ir a preguntar a los vigilantes de la puerta, pero fue un error. Actuaron como si nunca las hubieran visto, como si nunca hubieran visto a Noelia.

martes, 2 de junio de 2009

Escrito en la mano (1ª parte)

8 curiosos ¿Te atreves a opinar?
Una sombra esbelta y definida destaca entre las demás en la Puerta del Sol. Siguiendo el curso de sus largas piernas, llegamos hasta su dueña. Una joven estudiante risueña, llena de vitalidad. A simple vista, parece una de esas personas pegadas a un móvil y un bolso de marca.

Carpeta en mano, recorre las calles más típicas del centro de Madrid. Sus pasos se entremezclan con la multitud de compradores que asaltan las tiendas. Todo pasa desapercibido entre el tumulto. Todo excepto su perfume, que va dejando huella en cada recoveco por el que se escurre y en cada olfato que se cruza en su camino. Muchas de las personas que tropiezan con ella giran instintivamente la cabeza exhaustos por la frescura que desprende.

Va de camino al metro, destino Ciudad Universitaria. Le espera una larga tarde del mes de mayo encerrada en ese edificio que en su día fue diseñado para que fuera una cárcel de mujeres. Al entrar por la puerta de clase, sus cuatro compañeras le tenían un sitio reservado. Nada más sentarse, planean lo que van a hacer al finalizar ‘Análisis de Textos’. Un plan bastante común en los estudiantes madrileños. Un botellón en el parque de Almansa para olvidar que los exámenes están a la vuelta de la esquina.

La tarde pasa más rápido de lo esperado gracias a que el profesor de ‘Derecho del Periodismo’ ha anulado la clase de hoy. La algarabía se oye desde la planta baja de la Facultad. Las escaleras comienzan a llenarse de gente. Estudiantes ansiosos por salir de esas cuatro paredes, hablando de las posibles fiestas a las que acudirán esa misma noche.

Elena, acelera el paso de camino al autobús. Un autobús que pasa cada media hora y que no quiere perder para llegar a tiempo a la cena. Destino: la residencia de estudiantes en la que vive desde hace un año; desde que se independizó y tomó la decisión de irse a más de 500 kilómetros de su casa para poder labrarse un futuro profesional.

Coge el autobús sin problemas. Desde la ventanilla se despide de sus cuatro amigas que van camino al metro, cada una a su destino, con la intención de volver a juntarse dos horas después.

Elena va con el tiempo justo. La residencia está a las afueras de la ciudad y en ese breve espacio de tiempo tiene que cenar, ponerse al día de lo que ocurre en la residencia con sus vecinas de habitación y decidir, entre todas, el modelito de esta noche. Una noche que, en principio se muestra interesante. Una noche, que ninguna de ellas, y mucho menos Elena, sabe cuándo ni cómo va a acabar.
 
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