Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción... Cada semana, el protagonista de esa letra tan sensual era diferente. Era una conquistadora nata que aprendió a vivir sin sentimientos; era mucho más divertido eso que sufrir por amor.
Le encantaba jugar al primer beso con cada uno de ellos. Todos se sentían únicos a sus pies. Con esa canción les llevaba a la cama con la misma facilidad con la que se deshacía de ellos al día siguiente. No le gustaba cambiar su rutina, pero sí de hombre. Siempre jugaba en su campo de batalla. Nada de habitaciones desconocidas, sábanas de felpa y cabeceros sin personalidad.
Le encantaba jugar al primer beso con cada uno de ellos. Todos se sentían únicos a sus pies. Con esa canción les llevaba a la cama con la misma facilidad con la que se deshacía de ellos al día siguiente. No le gustaba cambiar su rutina, pero sí de hombre. Siempre jugaba en su campo de batalla. Nada de habitaciones desconocidas, sábanas de felpa y cabeceros sin personalidad.
No importaba el paso del tiempo, esa canción no pasaba de moda. Se había convertido un clásico en su cabeza.
Tan clásico como ella, pero con la diferencia de que en sus arrugas el tiempo se nota cada vez más.
Pasó de escuchar esa misma melodía todas las semanas a que se repitiera solo una vez al mes. Cada vez la banda sonora de su habitación se repetía menos. Ahora era ella quien la tarareaba. No paraba de canturrearla. Necesitaba llenar ese hueco. Ya no sabía lo que era jugar; se le había olvidado. Y, lo que era aún peor: ahora sólo deseaba sufrir por amor.
Para El Cuentacuentos