Ese, por fin, era su ultimo día. El médico le había dado el alta; le había dicho que recogiera sus cosas cuando quisiera, que ya se podía ir a su casa. No se lo creía. Quién se lo iba a haber dicho la semana pasada cuando soñaba con comer espaguettis de mamá y jugar a la pelota con Pedro, su hermano pequeño.
Su último paseo ya no le olía a medicina. Ya no respondía con despecho a la mirada compasiva de la gente. Ya no tenía que correr la cortina que separaba su cama de la del compañero de al lado. Ya no estaba enferma. Ya se había curado. Ahora sonreía, se sentia como nueva. Su corazón había vuelto a cobrar vida. Su piel estaba adquiriendo otro color y sus mejillas empezaban a sonrojarse.
No quería llamar a nadie. Quería ver la cara de sus padres cuando la vieran entrar en casa. Quería llamar tres veces seguidas al timbre; una manía que ya la identificaba. Quería cantar, saltar, gritar, llorar... pero esta vez de felicidad. Cerró su maleta, llena de pijamas, revistas y cosas de aseo y la tiró a la basura. No quería nada que le recordara a su estancia en la habitación 320. Tenía que borrarlo todo de su cabeza y ése era el primer paso.
Nada más salir de allí, cogió un taxi. Eran las tres de la tarde y no podía perder ni un minuto más. Tenía que llegar a casa antes de que sus padres se fueran a trabajar y sus hermanos, al colegio. Bajó del coche y entró rapidamente en el portal. De momento, no había cambiado nada. La puerta que daba a la calle seguía estropeada; no hacía falta llave, no cerraba bien.
De pronto, su cuerpo se quedó paralizado delante del espejo del ascensor. Intentó recordar la última conversación con el médico, pero no lo logró. Su cabeza, completamente calva, se le clavó en la mente. No podía pensar en nada más. Se dio la vuelta y suspiró.
Corriendo, se fue al centro de la ciudad y se compró una peluca. Se habia propuesto olvidarlo todo y no podría hacerlo cada vez que se viera reflejada en cualquier cristal.
Ahora le preocupaba Pedro. Después de seis meses sin verle, no sabía cómo iba a reaccionar. ¿Se daría cuenta de que había estado enferma? ¿Se creería que acababa de volver de un viaje paradisíaco al tenía que ir ella sola? Pero los ojos de su hermano se llenaron de alegría al verla a la salida de clase. Se abalanzó sobre ella, le dio un beso en la mejilla y le dijo:
- ¡Qué bien que hayas vuelto! Te he echado de menos. ¡Qué guapa estás! ¡Qué suerte tengo!
- ¿Por qué?
- Porque eres la hermama más guapa del mundo.
Fue en ese preciso momento en el que ella se dio cuenta de que su vida había empezado de nuevo.
