Mis tacones de aguja se clavaban en la acera mojada de una de las calles principales de La Parte Vieja de San Sebastián. Aferrada a mi paraguas, esquivaba a la gente que se movía a toda prisa en dirección contraria. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no fui capaz de darme cuenta de que acababa de entrar en la boca del lobo.
Las banderas ondeaban por doquier. Los colores rojo, verde y blanco de la “Ikurriña” eran los predominantes. Allá donde miraba había mensajes en euskera, pancartas con la fotografía de varios, para mí, desconocidos. En definitiva, estaba dentro de todo el meollo sin comerlo ni beberlo. De los gritos y reivindicaciones, se pasó, de repente, a los empujones. Me asomé como pude para ver qué es lo que pasaba. Las protestas provocaron la ira de los vecinos, quienes se dedicaron a tirar todo tipo de artilugios desde sus balcones mientras la gente intentaba esquivarlos como podía.

Se formó tal revuelo que, en menos de cinco minutos, la Ertzaintza estaba acordonando la zona con sus escudos de plástico y pasamontañas. Intenté salir de cualquier forma, esquivando a la gente que se me echaba encima. Las pancartas volaban por los aires. Yo, sola, en mitad de una manifestación… quién me lo iba a haber dicho cuando salí de casa preparada para pasar una tarde de tienda en tienda con la única intención de dejar la tarjeta temblando.
Se movían en todas las direcciones, era una auténtica locura. Desde gente que se enfrentaba a la propia policía, como gente asustada, igual que yo, que quería salir de allí cuanto antes. El cordón humano tenía las salidas bloqueadas. Intenté entrar en alguna tienda de alrededor para refugiarme, pero todas tenían la persiana bajada. Ellos también tenían miedo.
Las pelotas de goma salían disparadas. No tenían destinatario. Si no eras un poco rápido de reflejos, te podía llegar a tocar a ti. Cuando ya estaba a punto de sentirme libre, un ertzaina me coge por el brazo. No me podía mover de allí sin que le diera los datos. Aún no me creo cómo fui capaz de sostenerme en pie. No había forma de que entendiera que yo estaba por error en esa calle. Para él era carne de calabozo. Menos mal que su superior me miró con otros ojos y vio que no estaba mintiendo. Todo se había quedado en un mal recuerdo. Completamente en shock, volví a mi casa sin pronunciar palabra. Aún tengo pesadillas.
Hoy también he paseado por la misma calle. Ya no hay pintadas en las paredes, parece que ha pasado un huracán y se lo ha llevado todo. Hoy brilla el sol en San Sebastián y no puedo hacer otra cosa que darme un largo paseo por La Concha.
Para Foro de Nuncajamás