lunes, 8 de junio de 2009

Escrito en la mano (2ª parte)

Son las nueve y media de la noche y todo va según lo previsto. La cena no ha estado del todo mal. La compañía siempre se agradece, sobre todo cuando son sus tres vecinas, puerta con puerta, de habitación. Cuando terminan con el postre, el pelotón de residentes se amontona en el puerta de salida esperando que les den permiso para subir a sus habitaciones y continuar con el pase de modelos que ha empezado antes de ir al comedor.

Hay risas, alboroto. Puertas que se cierran de golpe. Nudillos que golpean con ansia las puertas, curiosas por saber lo que pasa dentro. Se oye de vez en cuando el altavoz que anuncia a alguna afortunada que tiene una llamada al otro lado de la línea. Elena, María y Nerea se sumergen en un habitáculo de 10 metros cuadrados, donde caben con dificultad un baño, una cama, un armario y un escritorio.

Toda la estancia está decorada con detalles juveniles, llamativos. Hay un poco de desorden y la cama está llena de ropa. Vestidos, faldas y camisetas que han sido una opción pero que por el modo en que están tiradas encima de la colcha, no van a ser los elegidos para vestir el cuerpo de Elena.

Un cenicero lleno de colillas y una acumulación de humo que deja ver a tres amigas nerviosas que no paran de fumar mientras una de ellas consigue dar con el modelo adecuado. Un vestido ceñido que va hasta la mitad de la pierna, por encima de la rodilla, negro, con escote y sin mangas. Ya está decidido. Ahora tocan los zapatos.

El armario, de pequeñas dimensiones, muestra una pila de zapatos, unos encima de otros, cada par de su color. Los rojos han llegado a convencer al trío. Cuando ya está todo listo, Elena se sienta erguida en la silla que compone el minúsculo escritorio y María comienza a maquillarla con cuidado.

Se despiden con furor, intercambiando miradas de complicidad como quien guarda un secreto, mientras salen de la habitación. El pasillo está lleno de puertas entreabiertas desde donde se escapa una extraña, pero habitual, mezcla de perfumes. Todo está listo para que muchas de las estudiantes pasen una noche de jueves por las calles de Madrid.

Elena coge su llave, colgada permanentemente por fuera, para anunciar que toda la que quiera, la puede encontrar ahí. Baja las escaleras de dos en dos. Deja su llave en el cestillo de recepción y cruza la puerta de la residencia dejando atrás una sala llena de chicas viendo el mismo canal de televisión.

Autobús y metro de nuevo. A la salida del subterráneo se ve el parque Almansa lleno de gente. Jóvenes que ocupan todos y cada uno de los bancos, haciendo grupos en ellos, rodeados de botellas y refrescos. De vez en cuando, sus cabezas miran hacia los lados asegurándose de que la policía no venga a aguarles la fiesta.

Elena busca entre el gentío a sus amigas. Intenta diferenciarlas y ver en qué banco están esta noche. En su paseo por el parque, ya hay restos de botellas y envases de cartón. En la otra punta, distingue a Eva, por su pelo largo y moreno, con un rizo abundante. El coche de Lucía está aparcado justo detrás del banco, lo que les viene bien para poner música ambiente e ir cogiendo fuerzas para la noche. El coche, toda una ventaja. El maletero contiene una nevera que les permite tener la bebida fresquita.

El móvil de Ana suena de repente. Noelia, una de las más sociables de la clase, le ofrece entrar en una de las discotecas más famosas de la capital… ¡y gratis! Se miraron todas y no dudaron en guardar las bebidas en el coche y salir disparadas hacia allí. No había tiempo que perder.

La cola para entrar va dos manzanas más allá. En la puerta, dos tipos de seguridad, altos y fuertes como armarios. Sus brazos cruzados denotan esa actitud de pocos amigos que suelen tener todos. Cuando se disponen a subir las escaleras, uno de ellos les cierra el paso y les pide que se pongan al final de la cola, como toda la gente. Después de varios intentos para explicarles que estaban invitadas, aparece Noelia por la puerta principal. Las cuatro chicas ven el cielo abierto. Noelia se dirige a sus dos compañeros de seguridad, quienes no tardan en abrirles el paso.

Allí dentro no cabía ni un alma más. No se podía dar un paso, cuanto menos bailar al son de la música. Elena y sus amigas intentan seguir a Noe si perderla de vista, puesto que era muy fácil perderse en aquella discoteca, y tal y como estaban las cosas, te podías pasar el resto de la noche intentando encontrarlas.

Subieron a la sexta planta. Allí parecía que la cosa estaba un poco más calmada, incluso se podían oír sonidos ajenos a la música y los gritos de la gente intentando comunicarse. Había otro detalle que marcaba la diferencia entre esa planta y las demás. El humo apenas se percibía. Elena y Lucía enseguida se dieron cuenta. Estaban en un reservado rodeadas de gente que parecía importante. El subidón de adrenalina fue inmediato. Parecía que la noche iba por buen camino.

Instantáneamente, un camarero les vino a preguntar si querían beber algo, que había barra libre. Se dieron la vuelta buscando la cara de Noelia para mostrarle su agradecimiento, pero ya se había esfumado. No obstante, no lo dudaron ni un momento. Las cuatro se pidieron su bebida favorita. Copa en mano, comenzaron a investigar cada recoveco de la sala, intentando diferenciar a algún famoso del que poder presumir al día siguiente. Puede que fuera el efecto de la luz tenue, pero ninguna supo identificar a nadie reconocido.

Después de un par de horas de fiesta, Ainara comenzó a quejarse. La bebida le estaba sentando mal al estómago y se quería ir a casa. Elena, Lucía y Eva la acompañaron hasta el taxi. Elena sabía perfectamente que iba a ser una noche muy larga. Hasta el momento no había estado mal, pero ella no podía regresar a la residencia hasta las ocho de la mañana, porque ya no llegaba a la apertura de las tres.

Una condición indispensable para que los residentes pudieran pasar la noche del sábado fuera, era tener una autorización paternal en la que se especificara la hora de llegada. La residencia abría sus puertas a las tres en punto de la mañana, ni un minuto más ni menos. Si no llegabas a tiempo para entrar a esa hora, no había posibilidad poder acceder hasta las ocho.

Eva parecía estar cansada del ambiente que había en el reservado. Le resultaba un tanto aburrido. Decidieron ir en busca de Noelia. No la habían vuelto a ver en toda la noche. Fueron planta por planta, pero aquello estaba imposible. Parecía que medio Madrid estaba allí dentro. A Lucía se le ocurrió que podían ir a preguntar a los vigilantes de la puerta, pero fue un error. Actuaron como si nunca las hubieran visto, como si nunca hubieran visto a Noelia.

3 curiosos ¿Te atreves a opinar?:

Anónimo dijo...

Gracias por la recomendación. Asómate cuando quieras (aunque la mayoría de cosas son chorradas)

Un saludo

Nahus dijo...

Ahhhhhhhh el parque de Almansa. Las mañanas de los viernes, cuando iba al colegio, parecía que había nevado de la cantidad de bolsas de plástico y restos varios de la noche anterior que cubrían hasta el último centímetro del parque (aparte de que multitud de Papás Noeles se dedicaban a costrear toda la bebida que podían)

La historia comienza a engancharme, a ver como sigue!

Emma Grandes dijo...

Milo, a veces las cosas más sencillas son las que más llaman la atención!!! Y conmigo lo has conseguido ;-)

Nahus, la verdad es que yo no vivo muy verca de allí, pero amigos míos sí... Cierto es que se pone todo asqueroso.

Espero no defraudarte y que te vaya gustando la historia! Muchas gracias!

 
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