Lo dicho, FELIZ NAVIDAD y feliz entrada en el 2010!!!! Por un año lleno de relatos, historias, cuentos y mucha... mucha imaginación.

Besazos!!!
Han sido muchos años, demasiados, llenos de momentos inolvidables. Días repletos de felicidad, cariño y comprensión. Noches enteras planeando un futuro que no era el mismo que ahora se me plantea. Has roto en mil pedazos mis esquemas, pero, aún sí, soy incapaz de sacarte fallos. No consigo acordarme de los malos momentos que hemos vivido, ¿acaso tú sí? Habíamos descubierto la fórmula del amor eterno, o eso creía yo. Incluso teníamos nuestro propio idioma, un lenguaje que solo tú y yo entendíamos.
Ahora solo te pido una explicación que me ayude a entender porqué tengo que fingir que esto, lo nuestro, lo que diablos fuera que hubiera entre nosotros, no me importa. Ahora, mientras voy embalando mi vida en cajas, recuerdo y añoro aquellos maravillosos años. ¿Qué hago con todas estas cartas, cuadros, fotos, regalos…? ¿Que voy a hacer si hasta el mero hecho de mirarme al espejo me recuerda a ti? No se si te acuerdas, pero éramos una sola persona.
Mientras reúno fuerzas para seguir adelante, recojo los trocitos de mi corazón que todavía quieren quedarse en esta casa. Lo que para ti era una cárcel, para mi era nuestro nidito de amor. No imaginé que esa distancia progresiva entre nosotros fuera definitiva, simplemente pensé que sería una mala racha.
¿Qué he hecho mal? ¿Qué motivos hay para que esto se acabe? Siempre he sido yo la que ha estado ahí, la que esperaba impaciente a que llegaras a casa para tenerte cerca, olerte, acariciarte, besarte... He mantenido la ilusión, la esperanza y la pasión hasta el último día, y lo peor de todo es que a cambio me llevo un gran jarro de agua fría.
Dame motivos para odiarte; pónmelo más fácil, no seas perfecto hasta el final. Tu silencio, por primera vez, no me dice nada. Antes nuestras miradas hablaban… nos encantaba quedarnos sin palabras y sustituirlas por besos interminables. Antes no sabía lo que era el dolor porque lo más cercano a una lágrima era reír hasta llorar.
Antes no existían los motivos, nos movíamos por impulsos... Ahora te estoy pidiendo cuatro razones pero, pensándolo mejor, creo que, aunque me dieras mil más, nunca sería suficiente.
Querido diario,
Hoy no voy a hacerte ninguna confesión. Hoy no es un día normal. Estas palabras son mis últimas palabras escritas aquí. No quiero que sea una despedida triste, sino todo lo contrario. Tus hojas no acaban aquí, pero mis confidencias, sí. Sé que tengo mucho que vivir y mucho que contar, pero ya te he encontrado sustituto.
Aún recuerdo cuando te abrí por primera vez y rompí el silencio de mi estancia con el sonido de mi bolígrafo en contacto con este papel que, para mi, ya es tan familiar. Recuerdo que al principio no fue nada fácil. Poco a poco, empecé a coger soltura; ya tenía confianza contigo. Nunca pensé que llegaría este momento, la verdad. Una parte de mí esperaba no acabar mis días escribiéndote; temía que ese deseo no se cumpliera nunca y estuviéramos unidos para siempre.
Me has escuchado como nadie lo había hecho hasta ahora. La tinta que adornaba tus páginas, muchas veces se ha desteñido al contacto con mis lágrimas. Mis estados de ánimo están reflejados en mi tipo de letra. Hemos tenido días llenos de confesiones eternas, y otros en los que no había palabras suficientes para describir mis sentimientos. Todas tus hojas están llenas de colorido, ya sabes que no me gusta la monotonía, ni siquiera cuando se trata del color del boli.
Pero bueno, basta de nostalgia. Aquí se cierra un capítulo de mi vida y de este diario. Ahora he encontrado a alguien con quién hablar, que me escucha y confía en mí. Ya no necesito buscarte en el recoveco más recóndito de mi habitación, allá donde nadie llega.
Espero olvidarme de tu escondite y no volver a tenerte en mis manos; y si llega ese momento, que sea un encuentro casual motivado por una mudanza o una limpieza a fondo. Deseo que no nos tengamos que volver a ver. Y si lo hacemos, que sea únicamente para recordar viejos tiempos. Un tiempo que no tiene por qué ser mejor.
¡Hasta siempre!
Para ElCuentaCuentos
Las banderas ondeaban por doquier. Los colores rojo, verde y blanco de la “Ikurriña” eran los predominantes. Allá donde miraba había mensajes en euskera, pancartas con la fotografía de varios, para mí, desconocidos. En definitiva, estaba dentro de todo el meollo sin comerlo ni beberlo. De los gritos y reivindicaciones, se pasó, de repente, a los empujones. Me asomé como pude para ver qué es lo que pasaba. Las protestas provocaron la ira de los vecinos, quienes se dedicaron a tirar todo tipo de artilugios desde sus balcones mientras la gente intentaba esquivarlos como podía.
Se formó tal revuelo que, en menos de cinco minutos, la Ertzaintza estaba acordonando la zona con sus escudos de plástico y pasamontañas. Intenté salir de cualquier forma, esquivando a la gente que se me echaba encima. Las pancartas volaban por los aires. Yo, sola, en mitad de una manifestación… quién me lo iba a haber dicho cuando salí de casa preparada para pasar una tarde de tienda en tienda con la única intención de dejar la tarjeta temblando.
Se movían en todas las direcciones, era una auténtica locura. Desde gente que se enfrentaba a la propia policía, como gente asustada, igual que yo, que quería salir de allí cuanto antes. El cordón humano tenía las salidas bloqueadas. Intenté entrar en alguna tienda de alrededor para refugiarme, pero todas tenían la persiana bajada. Ellos también tenían miedo.
Las pelotas de goma salían disparadas. No tenían destinatario. Si no eras un poco rápido de reflejos, te podía llegar a tocar a ti. Cuando ya estaba a punto de sentirme libre, un ertzaina me coge por el brazo. No me podía mover de allí sin que le diera los datos. Aún no me creo cómo fui capaz de sostenerme en pie. No había forma de que entendiera que yo estaba por error en esa calle. Para él era carne de calabozo. Menos mal que su superior me miró con otros ojos y vio que no estaba mintiendo. Todo se había quedado en un mal recuerdo. Completamente en shock, volví a mi casa sin pronunciar palabra. Aún tengo pesadillas.
Hoy también he paseado por la misma calle. Ya no hay pintadas en las paredes, parece que ha pasado un huracán y se lo ha llevado todo. Hoy brilla el sol en San Sebastián y no puedo hacer otra cosa que darme un largo paseo por La Concha.
Para Foro de Nuncajamás
Poco a poco, el Ford Fiesta necesitaba acelerar, que sus cuerpos se chocaran como si de un accidente se tratara. Por su parte, el Volvo había sufrido mucho con eso que llaman Amor pero que muchas veces te destroza por dentro, y necesitaba cambiar su corazón como el que cambia una rueda.
Pero los coches avanzaron y, ahí, en la A-6, un amor a primera vista se disolvió como se evapora el tráfico a partir de las nueve de la noche. Sus ojos brillaron como charcos en el asfalto. Las luces de emergencia iban al compás de sus corazones arrepentidos; sus vidas habían echado el freno de mano, en lugar de haber bajado la ventanilla y dejar que entrara el agua.
Desde ese día, en ese lugar, los dos se buscaron en la lejanía. Pero el tiempo pasaba muy rápido, a 180 Km/h y los coches deportivos pasaron a ser familiares. De Bon Jovi se pasó al Cantajuegos y la silla para el niño ocupaba el asiento trasero.
Sara sabía que esas palabras iban a ser cruciales para que Lucía durmiera esa noche tranquila. No era fácil conciliar el sueño entre cartones, con la luz fluorescente del cajero automático dándote en la cara. No era fácil abrigarte sin abrigo. En definitiva, no era fácil ser pobre.
Sara sabía que su hija necesitaba unos estudios, que ya estaba empezando a darse cuenta de la situación. Ya no se creía que todo formaba parte de un juego, de una aventura. Lucía empezaba a hacer preguntas y Sara ya no sabía qué responder. La pregunta de esta noche era:
- Mamá, ¿cuándo vamos a volver a casa?
- No lo sé todavía, hija.
- ¿Y si no podemos volver nunca?
- Migraremos a Saturno
Desde ese día Lucía soñaba con ser princesa en Saturno. Hacer de ese planeta un mundo mejor, diferente. Dormía feliz, pensando en que ese día podía ser mañana.
Para ElCuentaCuentos
No queda nada para verte sonreír, pero me cuesta creer que algún día te pueda mirar; que puedas escuchar mi voz, esa que tantas veces te ha hablado. Hasta ahora, todas y cada una de las noches imagino cómo serás, a quién de los dos te parecerás. Sueño con tu risa. No la he oído nunca, pero sé cómo va a sonar. Aunque todavía no has venido al mundo, para mí ya eres el apoyo más grande y la persona más importante.
Me encanta tenerte conmigo. Que los dos seamos uno. Me encanta descansar para tranquilizarte, caminar para acunarte y dormirte, alimentarte para que sigas creciendo. Desde que nazcas, la vida será aún más bella.
Sobra decirte que desde que supe que tú eras yo, tenía clarísimo que te seguiré cantando, que lloraré contigo cuando sufras, que pelearé hasta morir porque estés bien. Sé que cuando te tenga en mis brazos lloraré, pero también sé que siempre serás el amanecer de mi vida; ese amanecer que te dedico todas las mañanas desde que estás en mi tripita y que, espero, algún día disfrutemos juntos.
P.D: Aunque yo todavía no he tenido el placer de saber lo que se siente cuando te quedas embarazada, se lo dedico a todas aquellas personas que sí lo han sentido y, en especial, a dos amigas mías que en este momento están esperando un bebé!!!
Para ElCuentaCuentos
Después de tanto anhelar y desear, ahora solo rezo. Rezo sin parar en soledad. Pido que todo te vaya bien y, por supuesto, que nos vayamos a encontrar en otra vida en la que podamos amarnos en paz.
Quería que todos y cada uno de los quebraderos de cabeza se dispersaran, que no llegaran a formar una playa. Igualmente, se fue hasta allí. Nada más aterrizar, sus pies caminaron en dirección al mar. Nunca había estado en ese lugar pero sus pies se sabían el camino de memoria. Sin pensárselo dos veces, se fue quitando la ropa. Completamente desnudo, fue lentamente rumbo las olas.
De repente, notó cómo algo le volvía a pesar en su interior. Intentó salir pero parecía que unas piedras enormes se lo impedían. Poco a poco se iba sumergiendo en lo más profundo. Le quedaba poco tiempo. Entonces, cayó en la cuenta. Ya sabía lo que pesaba. No eran piedras, ni siquiera su propio cuerpo. Era la conciencia. No hizo bien en abandonar a la culpa así como así, sin buscar una solución que hiciera que todos y cada uno de sus quebraderos de cabeza se marcharan para siempre.
Ahora habían venido todos de golpe. Su conciencia no estaba nada tranquila, pero ya no había remedio. Su vida había dejado de ser vida para dar paso a la muerte. Una muerte dolorosa y, sin duda, difícil.
Ya no había historias a medias de un verano a otro. Cartas eternas y llenas de cariño que recorrían media España. Ya no vive nadie en la casa vieja, y lo echo de menos. Echo de menos esos momentos vacíos sentados en la puerta de una iglesia. Echo de menos sentarme al fresco mientras veías pasar el tiempo sin que me preocupara nada. Pero no quiero echarlo de menos. Quiero que mis hijos puedan tener un pueblo en el que jugar sin tener que mirar el reloj. Quiero que la casa vieja se vuelva a abrir, se vuelva a agrandar, pero eso sería dar marcha atrás en el tiempo y no sé si estoy preparada.
El aura comenzó a apoderarse de él. No estaba solo en la cama, pero nadie lo pudo evitar. Aunque su cuerpo permaneciera allí, su alma ya no estaba en esa habitación. Todo aquel que hubiera presenciado ese momento, hubiera visto cómo el cuerpo de Miguel dejaba de dar señales de vida mientras el amanecer se colaba por su ventana. En su mesilla, una agenda repleta de tareas para hoy. Tareas que no se van a hacer, aunque hasta el momento, nadie se había dado cuenta.
Foto y texto a propuesta de Minificciones
A Antonia no le hace falta mucha ropa. Tiene un conjunto de verano, otro de invierno y otro que usa para las visitas. Hoy lleva puesto el de las visitas. Lleva dos meses esperando este momento. Su hijo, su único hijo, viene a verle. Le avisó la semana pasada, cuando le llamó por teléfono.
La pasada noche hizo un nudo en la sábana. No se quería olvidar de ponerse guapa. No quiere que para Alberto pase el tiempo, ese tiempo que, de visita en visita, para ella pasa tan lento. Son las nueve de la mañana. Ya han abierto la puerta de las visitas y su hijo debe de estar al llegar.
Se sienta impaciente en la recepción. Le gusta estar preparada y no hacer esperar a su hijo. No quiere perder el valioso tiempo que pasa con él. Hoy es domingo y muchas familias vienen a buscar a sus padres para comer con ellos. Antonia no cree en los domingos ni en las rutinas.
Ya ha pasado más de una hora y Alberto no ha llegado. Le pregunta a Isabel, la chica de recepción, si hay algún recado para ella. La recepcionista niega con la cabeza y, fiel a su estilo, le dice seriamente que será por el atasco. Antonia se convence. Ese debe de ser el motivo.
Pero llega la hora de comer y su hijo no ha llegado todavía. Intenta llamarle a casa, pero no contestan. Se sienta en la sala esperando a que le avisen. Ojea una revista mientras un grupo de señoras juegan alegremente a las cartas y otras pasan las horas viendo la televisión.
Vuelve a la recepción. No hay recado. Antonia se resigna. Se ha debido de equivocar de día. Seguro que es mañana, piensa. Pasa el resto del día intranquila. Antes de irse a la cama, se vuelve a pasar por recepción, pero nada. Vuelve a hacer el nudo que le ha deshecho la señora de la limpieza al hacer la habitación.
Los días pasan y Alberto no ha ido a verla. Desde entonces, Antonia se pone su traje de las visitas. No hay día que se lo quite. No quiere que su hijo le pille desprevenida. Después de dos años, la anciana sigue despertándose con ilusión. Desde entonces, todas las mañanas mira la sábana. El nudo sigue ahí. Su hijo puede que venga hoy. No quiere tirar la toalla.
Para ElCuentaCuentos
Son las nueve y media de la noche y todo va según lo previsto. La cena no ha estado del todo mal. La compañía siempre se agradece, sobre todo cuando son sus tres vecinas, puerta con puerta, de habitación. Cuando terminan con el postre, el pelotón de residentes se amontona en el puerta de salida esperando que les den permiso para subir a sus habitaciones y continuar con el pase de modelos que ha empezado antes de ir al comedor.
Hay risas, alboroto. Puertas que se cierran de golpe. Nudillos que golpean con ansia las puertas, curiosas por saber lo que pasa dentro. Se oye de vez en cuando el altavoz que anuncia a alguna afortunada que tiene una llamada al otro lado de la línea. Elena, María y Nerea se sumergen en un habitáculo de
Toda la estancia está decorada con detalles juveniles, llamativos. Hay un poco de desorden y la cama está llena de ropa. Vestidos, faldas y camisetas que han sido una opción pero que por el modo en que están tiradas encima de la colcha, no van a ser los elegidos para vestir el cuerpo de Elena.
Un cenicero lleno de colillas y una acumulación de humo que deja ver a tres amigas nerviosas que no paran de fumar mientras una de ellas consigue dar con el modelo adecuado. Un vestido ceñido que va hasta la mitad de la pierna, por encima de la rodilla, negro, con escote y sin mangas. Ya está decidido. Ahora tocan los zapatos.
El armario, de pequeñas dimensiones, muestra una pila de zapatos, unos encima de otros, cada par de su color. Los rojos han llegado a convencer al trío. Cuando ya está todo listo, Elena se sienta erguida en la silla que compone el minúsculo escritorio y María comienza a maquillarla con cuidado.
Se despiden con furor, intercambiando miradas de complicidad como quien guarda un secreto, mientras salen de la habitación. El pasillo está lleno de puertas entreabiertas desde donde se escapa una extraña, pero habitual, mezcla de perfumes. Todo está listo para que muchas de las estudiantes pasen una noche de jueves por las calles de Madrid.
Elena coge su llave, colgada permanentemente por fuera, para anunciar que toda la que quiera, la puede encontrar ahí. Baja las escaleras de dos en dos. Deja su llave en el cestillo de recepción y cruza la puerta de la residencia dejando atrás una sala llena de chicas viendo el mismo canal de televisión.
Autobús y metro de nuevo. A la salida del subterráneo se ve el parque Almansa lleno de gente. Jóvenes que ocupan todos y cada uno de los bancos, haciendo grupos en ellos, rodeados de botellas y refrescos. De vez en cuando, sus cabezas miran hacia los lados asegurándose de que la policía no venga a aguarles la fiesta.
Elena busca entre el gentío a sus amigas. Intenta diferenciarlas y ver en qué banco están esta noche. En su paseo por el parque, ya hay restos de botellas y envases de cartón. En la otra punta, distingue a Eva, por su pelo largo y moreno, con un rizo abundante. El coche de Lucía está aparcado justo detrás del banco, lo que les viene bien para poner música ambiente e ir cogiendo fuerzas para la noche. El coche, toda una ventaja. El maletero contiene una nevera que les permite tener la bebida fresquita.
El móvil de Ana suena de repente. Noelia, una de las más sociables de la clase, le ofrece entrar en una de las discotecas más famosas de la capital… ¡y gratis! Se miraron todas y no dudaron en guardar las bebidas en el coche y salir disparadas hacia allí. No había tiempo que perder.
La cola para entrar va dos manzanas más allá. En la puerta, dos tipos de seguridad, altos y fuertes como armarios. Sus brazos cruzados denotan esa actitud de pocos amigos que suelen tener todos. Cuando se disponen a subir las escaleras, uno de ellos les cierra el paso y les pide que se pongan al final de la cola, como toda la gente. Después de varios intentos para explicarles que estaban invitadas, aparece Noelia por la puerta principal. Las cuatro chicas ven el cielo abierto. Noelia se dirige a sus dos compañeros de seguridad, quienes no tardan en abrirles el paso.
Allí dentro no cabía ni un alma más. No se podía dar un paso, cuanto menos bailar al son de la música. Elena y sus amigas intentan seguir a Noe si perderla de vista, puesto que era muy fácil perderse en aquella discoteca, y tal y como estaban las cosas, te podías pasar el resto de la noche intentando encontrarlas.
Subieron a la sexta planta. Allí parecía que la cosa estaba un poco más calmada, incluso se podían oír sonidos ajenos a la música y los gritos de la gente intentando comunicarse. Había otro detalle que marcaba la diferencia entre esa planta y las demás. El humo apenas se percibía. Elena y Lucía enseguida se dieron cuenta. Estaban en un reservado rodeadas de gente que parecía importante. El subidón de adrenalina fue inmediato. Parecía que la noche iba por buen camino.
Instantáneamente, un camarero les vino a preguntar si querían beber algo, que había barra libre. Se dieron la vuelta buscando la cara de Noelia para mostrarle su agradecimiento, pero ya se había esfumado. No obstante, no lo dudaron ni un momento. Las cuatro se pidieron su bebida favorita. Copa en mano, comenzaron a investigar cada recoveco de la sala, intentando diferenciar a algún famoso del que poder presumir al día siguiente. Puede que fuera el efecto de la luz tenue, pero ninguna supo identificar a nadie reconocido.
Después de un par de horas de fiesta, Ainara comenzó a quejarse. La bebida le estaba sentando mal al estómago y se quería ir a casa. Elena, Lucía y Eva la acompañaron hasta el taxi. Elena sabía perfectamente que iba a ser una noche muy larga. Hasta el momento no había estado mal, pero ella no podía regresar a la residencia hasta las ocho de la mañana, porque ya no llegaba a la apertura de las tres.
Una condición indispensable para que los residentes pudieran pasar la noche del sábado fuera, era tener una autorización paternal en la que se especificara la hora de llegada. La residencia abría sus puertas a las tres en punto de la mañana, ni un minuto más ni menos. Si no llegabas a tiempo para entrar a esa hora, no había posibilidad poder acceder hasta las ocho.
Eva parecía estar cansada del ambiente que había en el reservado. Le resultaba un tanto aburrido. Decidieron ir en busca de Noelia. No la habían vuelto a ver en toda la noche. Fueron planta por planta, pero aquello estaba imposible. Parecía que medio Madrid estaba allí dentro. A Lucía se le ocurrió que podían ir a preguntar a los vigilantes de la puerta, pero fue un error. Actuaron como si nunca las hubieran visto, como si nunca hubieran visto a Noelia.